El duende de Zaragoza

Hubo un famoso duende en la calle Gascón de Gotor, que llegó a tener atemorizado el barrio, y sería conocido como el duende de Torrero. Saldría en periódicos y hablarían de él en las cortes, incluso en el The Times en 1934.

Bilbliografía.

Ilustrador Jesús Cisneros / cuento Susana Martínez

El cuento

EL DUENDE DE ZARAGOZA

(Entra el cuentacuentos acunando a un ladrillo.)
ARTURO: ¡Ssssshhh! Silencio. Está dormido. Y os aseguro que es mejor que
no se despierte. (Vuelve a la tarea de acunar el ladrillo.) Es que es un poco
pesado. No se calla ni debajo del agua. Eso cuándo no le da por reírse.
Tiene una risa un poco siniestra. Suena como así (se ríe siniestramente.)
¡Uy, esperad! Qué vais a pensar que estoy loco, como pensaron de mi
abuela. Porque claro, vosotros pensareis que esto que tengo aquí en la
mano es un… un ladrillo, ¿no? Pues no. Bueno si, es un ladrillo. Pero no un
ladrillo cualquiera. En un ladrillo de la Casa Duende de Zaragoza. ¿No la
conocéis? Fue una casa que hubo en el número dos de la calle Gascón de
Gotor. Mi abuela vivió en esa casa. La llamaban así porque en ella hubo un
Duende que durante meses tuvo atemorizada a la ciudad entera. La
derribaron pero se salvó este ladrillo. El Duende se metió en él y mi abuela
lo rescató. Desde que lo conoció mi abuela, en el año 1934, el Duende de
Zaragoza siempre ha sido cómo un miembro más de mi familia. Y además
un miembro famoso. Fue tal su fama que se extendió hasta Europa. Hasta
el periódico británico The Times dio la noticia del misterioso Duende de
Zaragoza. Su voz, que mantenía conversaciones enteras, se podía escuchar
en el piso segundo derecha de la casa a través de la chimenea de la cocina.
Incluso la policía registró la casa. Se levantó el suelo y el techo para dar con
el origen de la misteriosa voz. Pero no encontraron nada de nada. Mi abuela
me explicó que todo comenzó con unas sonoras carcajadas que se oían por
la escalera de la casa, entre el primer y el segundo piso. ¿Quién podía ser el
bromista? La cuestión es que cuándo los vecinos se asomaron, para su
sorpresa no vieron a nadie en el rellano. Se siguieron oyendo ruidos por las
noches pero a los cuatro días cesaron y todo el mundo se olvidó del asunto.
Hasta la mañana del 15 de noviembre. Y aquí la historia se pone
emocionante, porque es la parte en la que aparece mi abuela, Pascuala, que
era la criada de los Palazón, gente de mucho postín. Vivían en el segundo
derecha. Mi abuela estaba sola en la cocina, pero escuchó claramente una
lastimera voz masculina que le hablaba. Imaginad que susto se pegaría la
pobre mujer. Yo es que me la imagino ahí tranquilamente pelando habas,
cuando de pronto oye (con voz de utratumba): “¡Chicaaaaa! Estás más
seria que un plato de habaaaaas” (risa de ultratumba). Y se vuelve y… ¡no
hay nadie! Menudo mosqueo, ¿no? Pero es que al día siguiente la señora
estaba en la cocina y la señora también oyó la voz. Al cerrar mi abuela la
trampilla del fogón las dos escucharon un grito varonil que debió de sonar
más o menos así: ¡Aaaaaayyyy! Y que a continuación exclamaba (Pausa,
acercándose a los niños.) “Maríaaaaa” “Maríaaaaaa” (entre los niños, elige a
uno al que darle el susto) ¡VEN! (Al niño) ¿Te he asustado? ¿Nada? ¿Ni un
poco? Vaya, yo que siempre tengo un caramelo preparado para los niños
que se asustan. Pero si no te has asustado nada, no puedo darte el
caramelo. Si te hubieras asustado, aunque hubiera sido un poco de nada.
Pero nada, claro, sin susto, nada… ¿No te has asustado ni un poco? (Si se
ha asustado desde el principio lo coges aquí.) Pues claro que te has
asustado, es normal. No tengas vergüenza en reconocerlo, todos nos
asustamos alguna vez. Mi abuela al principio también se asustó con el
Duende. Y mi abuela era muy valiente. ¡Venga voy a por el caramelo! (Se
gira como para irse y se detiene.) ¡Ah! Y sobre todo que nadie piense en el
Duende de Zaragoza. Si alguien lo piensa se aparece, ¿vale? Pensad en
cualquier otra cosa. No sé, en prados de flores, por ejemplo. En corderitos
adorables. En gatitos. En lo que sea menos en el Duende de Zaragoza. Por
cierto, no encontraron jamás el origen de la misteriosa voz. Al final vinieron
a decir que mi abuela estaba como un cencerro. Menos mal que a mi abuela
nunca le importó mucho lo que la gente pensara. Menuda era mi abuela. Lo
dicho, pensad en cualquier cosa menos en el Duende de Zaragoza. (Sale o
se gira y se pone la máscara.)
DUENDE: (Se gira riéndose.) Jjaaaaajajaja. ¡Por fin alguien me ha
pensado! (Señalando a un niño) Has sido tú, ¿verdad? Gracias chaval.
(Pausa.) Pero, ¿quién está pensando en corderitos adorables? ¿Y por qué? Y
flores. ¿Gatitos? Dejad de pensar en esas cosas tan desagradables, me dan
alergia. Permitid que me presente soy… ¡EL DUENDE DE ZARAGOZA! (Abre
los brazos y espera un aplauso.) Digo que soy… ¡EL DUENDE DE
ZARAGOZA! Me podéis aplaudir, no seas tímidos (Aplauso y saludo.)
¡Gracias, gracias! Se habló tanto de mí. Yo estaba encantado de la vida, de
verdad. Y ahora ya nadie se acuerda de mí, ni me piensan, ni m temen, ni
nada de nada. Con lo que yo he sido. Se dijeron mil cosas sobre mí. A mí la
que más me gusta es la que dijo una de las vecinas de la casa. La mujer
estaba convencida de que yo era el espíritu de un obrero que murió en la
fábrica de ladrillo. Según ella su espíritu había quedado atrapado en uno de
los ladrillos y este ladrillo había acabado en la obra de la casa del número
dos de Gastón de Gotor. Pero yo prefiero que me llamen el Duende de
Zaragoza. Suena muy bien. Lo cierto es que fui famosísimo. Allá por el mes
de noviembre del año 1934 puse en vilo a toda la ciudad de Zaragoza, a
toda España y aun a parte del extranjero, con los gemidos y voces que tuve
a bien producir en aquella casa. La gente inundaba la calle enfrente del
edificio. ¡Fue glorioso! ¡Qué días aquellos! Y es que claro, yo, que siempre
he disfrutado de una buena charla, mantenía conversaciones enteras. Mi
fama llegó hasta Inglaterra. Nunca los duendes británicos habían llegado a
tanto, solo a lamentarse y a arrastrar cadenas, como mucho. Incluso un
humorista llamado Wenceslao Fernández Flórez, me pidió que pronunciara
un discurso en Las Cortes. Creo que lo dijo en broma, pero a mí me hizo
ilusión igual. También respondí a amablemente a las preguntas de la policía
cuándo vinieron. Pero la cuestión es que me volví un problema, así que las
autoridades locales silenciaron en tema, y la policía me dejó tranquilo. Lo
cual me alegró bastante, porque así pude volver a mis conversaciones con
Pascuala, la criada. Era una zagalica de dieciséis años más maja que para
qué. Aunque para majo Arturito también. Arturo fue el niño que vino luego
a vivir a casa, cuándo el matrimonio Palazón y su criada abandonaron la
casa. Parecía que no les dejaba dormir bien por las noches con mis
lamentos. Siempre he sido muy considerado para lamentarme y no lo suelo
hacer por la noche, por aquello de descansar. Pero estaba pasando una
temporada mala. Es por la reuma, que en noviembre con la niebla se me
pone fatal. Bueno, la cosa es que los Palazón se fueron, y se llevaron a
Pascuala. Yo lo sentí mucho. Y entonces llegó un matrimonio joven con un
niño de cuatro años, Arturo. ¡Qué majo! Menudas conversaciones que nos
pegábamos. ¡Ah, bueno! Y jugábamos mucho a las adivinanzas que nos
encantaba a los dos. Y qué bueno era jugando, oye, las adivinaba todas.
Pero claro, los padres del chico se asustaron, porque es que a algunos
mayores les asusta aquello que no pueden comprender. Y tampoco hace
falta comprenderlo todo, digo yo. La cosa es que volvió a venir la policía,
oye, que pesados. Hasta una foto me sacaron. Claro, que esto de la foto es
información confidencial, porque como digo las autoridades silenciaron el
tema. Dijeron que era un fenómeno psíquico o algo así. ¿Vosotros sabéis lo
que es eso? Pues yo tampoco. Luego tiraron la casa. Y ahí vino Pascuala, la
criada de los Palazón. Ya os dicho lo maja que era. Para mí, como una hija,
vamos. Me trató siempre cómo un miembro más de la familia. Ahora vivo
con el nieto. Y, mira tú que casualidad, también se llama Arturo. ¡Arturo!
como el niño de las adivinanzas. Las cosas de la vida, oye. Majísimo es, lo
habéis conocido, ¿verdad? Bueno, que me estáis liando, que estaba
hablando de mí que soy el importante. La cosa es que tuve entretenida a la
ciudad unos cuantos meses. Y yo me lo pasé en grande. ¡Ah!, y demostré lo
que pretendía, que todos podemos convivir pacíficamente.
(De pronto mira para un lado.) ¡Por ahí viene Arturo! Me meto otra vez al
ladrillo a ver dónde me lleva ahora mi viejo amigo. Ha sido un placer
conoceros niños. Ya sabéis, de vez en cuando pensad un poco en mí.
(Se gira y se quita la máscara.)
ARTURO: Disculpad, no encontraba el caramelo (se lo da al niño de antes)
¿Todo en orden? ¿Ha aparecido alguien? ¿Y qué os ha parecido? ¿Verdad
que es majo? A veces juzgamos las cosas o las personas sin conocerlas y,
sobre todo, sin comprenderlas. En ocasiones la gente transforma aquello
que no puede comprender en algo monstruoso y malvado, en una amenaza,
en un peligro. Pero lo más peligroso a veces, son los monstruos que viven
en nuestros corazones. No encontraréis monstruos en vuestro camino si no
están dentro de vosotros. Mi amigo el Duende de Zaragoza y yo vamos
dando este mensaje a todos aquel que quiera escucharlo, así que debemos
continuar nuestro viaje. Pero antes, si os apetece, puedo enseñaros a hacer
una máscara como la suya, o más bonita incluso, ¿Queréis? Pues vamos.

Galería fotográfica